su indiscutible preminencia dentro de la filosofía continental se ha visto marcada siempre por la
polémica, sobre todo la de su adhesión al régimen nacionalsocialista, manifestada en el discurso que
pronunció en la toma de posesión de la cátedra en la Universidad de Friburgo (1933).
Si bien para algunos es imposible abordar su obra sin reservas, la mayoría de filósofos y estudiosos
actuales prefieren tomar el trabajo de Heidegger en su sentido estrictamente filosófico,
Pero el pensamiento heideggeriano también ha suscitado adhesiones entusiastas: así, la filosofía
francesa de las décadas de 1960 y 1970 (Derrida, Lévinas, Ricoeur) admiró la capacidad de precisión
de su lenguaje, así como su aportación al discurso humanístico.
La obra de Heidegger suele entenderse como separada en dos períodos distintos. El primero viene
marcado por Ser y tiempo, obra que, pese a quedar incompleta, plantea buena parte de las ideas
centrales de todo su pensamiento. En ella, el autor parte del presupuesto de que la tarea de la
filosofía consiste en determinar plena y completamente el sentido del ser, no de los entes,
entendiendo por «ser»
En la comprensión heideggeriana, el hombre es el ente privilegiado al que interrogar por el ser, pues sólo
a él «le va» su propio ser, es decir, mantiene una específica relación de reconocimiento con él. La forma
específica de ser que corresponde al hombre es el «Ser-ahí» (Dasein), en cuanto se halla en cada caso
abocado al mundo, lo cual define al «ser-ahí» como «Ser-en-el-mundo».
La distinción de la filosofía moderna, desde Descartes, entre un sujeto encerrado en sí mismo que se
enfrenta a un mundo totalmente ajeno es inconsistente para Heidegger: el ser del hombre se define
por su relación con el mundo, que es además práctica («ser a-la-mano») antes que teórica («ser
ante-los-ojos»).
Estas categorías le sirven para comprender por dónde pasa la diferencia entre una vida auténtica,
que reconozca el carácter de «caída» que tiene la existencia, es decir, la imposibilidad de dominar su
fundamento (el ser), y una vida inauténtica o enajenada, que olvide el ser en nombre de los entes
concretos.
En la segunda etapa de su pensamiento, el filósofo estudia la historia de la metafísica como proceso
de olvido del ser, desde Platón, y como caída inevitable en el nihilismo (cuando se piensa el ente tan
sólo, éste termina por aparecer vacío). En sus últimas obras, realiza un acercamiento al arte como
lugar privilegiado donde se hace presente el ser.
Para Heidegger, se hace también necesario rehabilitar los saberes teórico-humanísticos, a fin de
mostrar que lo que constituye a todo hombre en cuanto tal no es su capacidad material de alterar el
entorno, sino la posibilidad que tiene de hacer el mundo habitable: el hombre debe comprender que
no es «el señor del ente sino el pastor del ser» y que «el lenguaje es la casa del ser».