La ética y el matrimonio

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la Biblia y el matrimonio
Pablo Fernández Mallma
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Pablo Fernández Mallma
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    Bruno se encontraba en un bar embriagado por el alcohol y las drogas. No es que fuera alcohólico y menos drogadicto, lo que sucedía es que era la cuarta vez que su matrimonio se iba abajo. Él no lo entendía, ¿por qué?, ¿acaso había algo malo en mí? -se preguntaba. Como corredor de bolsa en los Estados Unidos nunca le fue mal, siempre tuvo lo necesario para sostener a una familia, era apuesto y con un futuro brillante. Hacía siete meses atrás había conocido a Angélica de quien se enamoró perdidamente. Ambos, cegados por el amor, contrajeron matrimonio. La vida de Bruno no podía estar mejor. Demasiado pronto el matrimonio, que había iniciado con tanta expectativa y fe-licidad, comenzó a tener problemas. Angélica se quejaba de que él era distraído, permanecía distante y se consumía mucho en el trabajo. Este estado de tensión afectó a la pareja por unos meses, hasta que Angélica, no pudiendo soportar más, tomó sus cosas y se fue.  

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    Esto no era novedad en la vida de Bruno. Otras veces había sucedido lo mismo. Siempre sentía que el corazón se le desgarraba, y que cada mujer con la que había compartido su vida (o lo que quedaba) se llevaba un trozo que jamás podría recuperar. Él no podía dar mucho porque ya lo había dado todo. Silencioso, en medio del barullo del bar, pensando, casi inquieto recordaba los ojos bellos, la sonrisa coqueta y el pelo desarreglado de Alexandra, su primera esposa, a quien nunca dejó de amar. En la sociedad actual, muchos miran el divorcio como una alternativa viable cuando el matrimonio no funciona, sin embargo, ¿es el divorcio, en realidad, la mejor opción cuando las cosas no salen bien en la vida marital?, ¿hasta qué punto deben estar lo esposos comprometidos con el pacto matrimonial? Esta sección analizará, primeramente, la base bíblica del matrimonio y extraerá algunas conclusiones sobre este delicado tema para la actualidad.

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    El matrimonio como pacto con Dios
    Los textos bíblicos clave, que se deben comparar, son los que tratan directamente el tema del divorcio y el casarse nuevamente, por cuestiones de espacio aquí se analizará sola-mente dos textos extraídos del Antiguo Testamento: la regulación mosaica (Deuteronomio 24.1-4) y la protesta profética (Mal 2:13-16). Cabe mencionar que estos tienen sentido solo en el contexto más amplio de la enseñanza bíblica, acerca del matrimonio, como un pacto no entre los seres humanos, sino más bien con Dios. La perspectiva del matrimonio, como un pacto, es una parte tan íntegra de la religión y la cultura del Antiguo Testamento, que el pacto de Dios con Israel frecuentemente se describe en esos términos.
    Tristemente, sin embargo, la figura del matrimonio se utiliza principalmente para hablar de la apostasía de Israel. Los profetas, especialmente Oseas, Jeremías y Ezequiel describen la infidelidad al pacto de Sinaí de parte de Israel en términos de adulterio (na’ap) y fornicación (zana). Oseas 2:2 refiere lo siguiente: “Contended con vuestra madre, contended; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido; aparte, pues, sus fornicaciones (zana) de su rostro, y sus adulterios (na’ap) de entre sus pechos”.

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    Según la Palabra del Señor, por medio de Oseas, el problema con Israel era que, “cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí” (6:7); “porque traspasaron mi pacto, y se rebelaron contra mi ley” (8:1). Las estipulaciones del decálogo forman la base de la acusación: “no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen...” (4:1-2). Como resultado de una trasgresión seria del pacto, y sin arrepentirse, la relación entre Dios y su pueblo se alteró radicalmente. Así, Oseas, siguiendo las instrucciones del Señor, nombra a un hijo Lo-ammi, “porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios” (1:9).
    En la figura de Oseas 2:2, el “matrimonio” entre Dios y su pueblo ha sido disuelto; la restauración requeriría nada menos que un nuevo pacto ( Jer 31:31-32). El lenguaje del divorcio para una relación alterada entre Dios y su “esposa” es ex-plícito en Jeremías: “Ella vio que por haber fornicado (na’ap) la rebelde Israel, yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá su hermana, sino que también fue ella y fornicó (zana)” ( Jer 3:8). Como veremos, este precedente divinamente establecido es muy relevante para la enseñanza de Jesús y Pablo. Pero, primero, ¿qué enseña Moisés?

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    La ley de Moisés
    La existencia de la práctica del divorcio es reconocida en algunos textos del Pen-tateuco, sin comentario, sobre su moralidad (Nm 30:9; Lv 22:13; 21:14). Es similar a la poligamia en este sentido. Sin embargo, Moisés regula su práctica, en un pasaje conocido en Dt 24:1-4. Este pasaje no se está refiriendo a los motivos legítimos para el divorcio, sino define la condición de una mujer divorciada para evitar que ella sea tratada como un producto que se puede comprar y vender. La ex-presión hebrea ‘erwat dabar, traducida aquí como “algo indecente”, podría también ser traducida “al-guna conducta indecente”.
    El único otro lugar en el Antiguo Testamento donde ocurre esta frase ‘erwat dabar (literalmente «la desnudez de la cosa») es Deuteronomio 23:14, donde se refiere al excremento como algo indecente o repulsivo. El contexto determina su uso en Deuteronomio 24. Mientras la mujer no encuentra favor en los ojos del primer marido porque ha encontrado alguna cosa vaga “desagradable” en ella, el segundo marido se divorcia de ella simplemente porque la desprecia. Lo que es feo depende de los ojos del que ve. El hecho inevitable es que, el divorcio por aversión fue tolerado bajo la ley civil de Moisés, aunque se entiende por la ordenanza de la creación que esto sería moralmente incorrecto.  

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    La protesta profética
    Aunque técnicamente era legal, esta manera de practicar el divorcio no escapó de la protesta en el Antiguo Testamento, siendo desafiado vigorosamente en Malaquías 2:13-16. El tema general del capítulo 2 es el quebrantamiento de la fe entre la comunidad del pacto, tanto de parte de los sacerdotes (2:1-9) como de parte del pueblo (2:10-16). El verbo bagad (actuar o tratar con peligro, infidelidad, o engaño) ocurre cinco veces en los últimos siete versículos, empezando con la pregunta, “¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?” (v. 10), y terminando con la exhortación, “Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales” (v. 16).
    Malaquías protesta contra dos instancias concretas de infidelidad al pacto: el casarse con esposas paganas inconversas (“hija de dios extraño”), el divorcio (de la “mujer de vuestra juventud”). Estos, por supuesto, podrían ser partes de un solo evento, pero son tratados en el texto como si fueran distintas instancias de “traición”. La frase clave, en la primera parte del versículo 16, ha sido traducida así: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos”. La expresión que usa Malaquías para describir las con-secuencias de una traición de la confianza matrimonial de parte del marido, solamente porque no le gusta su esposa, es: “la vio-lencia (hamas) cubre su vestido (lebus )”. La frase es difícil de entender. Hamas se usa en el Antiguo Testamento específicamente para referirse a la violencia física, pero también para hablar de cualquier daño causado con malas intenciones.

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    Lebus ha sido interpretado de varias maneras. El léxico de Genesius menciona la palabra árabe por vestido (libasun) y su uso en el Qur’an como metáfora por la esposa (Sura 2:183, “las esposas son vuestro vestido y vosotros sois el suyo”), pero no hay ningún uso paralelo en el Antiguo Testamento. Una explicación más probable es que el profeta hace referencia a la ceremonia matrimonial, en que el hombre cubría a la mujer con su “ala” (la extremidad) de su vestimenta, simbolizando su protección y su compromiso (C.f. Rut 3:9, Ez 16:8). Lebus sería entonces una metonimia, una palabra usada en representación de la relación matrimonial, la cual sería radicalmente abusada por causa de un divorcio arbitrario.
    Esta última interpretación tiene sentido en el contexto, especialmente a la luz de la expresión “la mujer de vuestra juventud”, que se refiere a la primera etapa de la relación matrimonial. La maldad del divorcio es algo obvio y serio, y la adoración de Dios no es un sustituto por la justicia en relaciones humanas. Para parafrasear lo que el Señor dijo a través del profeta Oseas: “Quiero fidelidad, y no sacrificios”. Tal divorcio constituye traición (bagad) del pacto matrimonial. Lejos de debilitar la protesta del Señor contra la infidelidad matrimonial, la palabra profética contra el divorcio se hace más fuerte por ser más definida. El divorcio por el “odio” es un quebrantamiento radical de la fidelidad; es una “violencia” contra la compañera con quien se ha unido en matrimonio. Por lo tanto, es condenado por el Dios de justicia, misericordia, y lealtad.

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    ¿Cómo se debe actuar ante el divorcio?
    El matrimonio es más que un contrato bilateral en que solamente se involucra la voluntad de dos partes y, ciertamente, es más que un encuentro romántico basado en una atracción erótica. El matrimonio es un pacto, del cual Dios es tes-tigo. Dios une, la pareja en una relación, con el propósito de que sea una unión permanente y sexualmente exclusiva. El divorcio no es una solución para la decepción marital, o para un matrimo-nio con dificultades simplemente. Debemos animar a los cristianos a creer que los recursos están disponibles para hacer que sus matrimonios “funcionen”; a asumir las responsabilidades y los fracasos; a buscar la gracia y el perdón de Dios; y a creer que es preferible soportar las dificultades y el sufrimiento, antes de desobedecer un mandato claro de Cristo.
    El compromiso del pacto entre un hombre y una mujer, uniéndose en un compañerismo de por vida, compartiendo sus vidas y su amor conyugal, provee el contexto para confiar y tener paciencia cuando surjan las decepciones y las dificultades. No obstante, hay que reconocer que algunos matrimonios son destruidos por un quebrantamiento de la lealtad al pacto. Así son las devastaciones del pecado sobre la relación marital, cuyo vínculo es moral y no metafísico. La maldad en tales casos significa la destrucción de la relación, de tal manera que el pacto no se pueda cumplir, y el divorcio es la comprobación pública y legal de ello.

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    Dios detesta la infidelidad al pacto, en todas sus formas maritales repugnantes: el adulterio, el incesto, el divorcio arbitrario, la deserción malévola, y la violencia marital. Todas estas son conductas destructivas que acuchillan el mismo corazón de la unión única, haciendo una sola carne, entre marido y esposa. El adúltero, el desertor y el abusador crónico son todos culpables de una traición grave a su cónyuge. Por sus acciones, repudian intencionalmente la relación del pacto marital, y proveen causa justa para la disolución de los lazos matrimoniales.
    La determinación de que si un caso de violación del pacto marital es radical e irremediable, depende de las circunstancias particulares. El hecho de que la Biblia da mucho valor a un compromiso de por vida en la unión marital, y el hecho de que se debe buscar la reconciliación, aun en circunstancias de provocación extrema, significa que la ventaja de la duda siempre está en contra del divorcio.
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