ARTICUENTO, de Juan José Millás. (Mi primer colegio).
ABSURDO
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El director del primer colegio al que fui de pequeño se llamaba Vicente.
En aquella época pasaban lista todos los días y los alumnos teníamos que gritar "presente" al ser nombrados.
Yo siempre creí que mis compañeros decían "Vicente", en homenaje al director del centro,
de manera que cuando me llegaba el turno gritaba con marcial entusiasmo:
--¡Vicente!
Nunca nadie me lo reprobó. Es probable que me entendieran mal, como yo a ellos.
De este modo transcurría una vida llena de malentendidos, que es lo normal.
La educación consiste en aceptar lo que no comprendemos.
A los pocos meses de mi entrada en el colegio, cambiaron al director y entró uno que se llamaba Antonio.
Al día siguiente de su llegada, al pasar lista, todos mis compañeros continuaban gritando "Vicente"
("presente" en realidad), por pura rutina, pensé.
De súbito, me entró una alegría enorme al darme cuenta de que yo iba a ser el único de todo el colegio
que hiciera las cosas bien. Mientras los apellidos sobrevolaban el patio de recreo en el que
permanecíamos en fila, rogaba a Dios que nadie se me adelantara.
Fueron los minutos más angustiosos de mi vida, pues iba muy mal en los estudios y aquélla era una oportunidad
de oro para demostrar que mi inteligencia estaba tan despierta como la de cualquier otro.
Ya veía al prefecto de disciplina dirigiéndose a mí para felicitarme por aquel alarde de buenas maneras.
Por fin, tras una eternidad, escuché mi apellido y grité más alto que nunca:
--¡Antonio!
El prefecto permaneció atónito unos segundos y después me preguntó que qué había dicho.
"Antonio", respondí yo, comprendiendo que algo funcionaba mal.
Como no fui capaz de dar una explicación razonable, me tuvieron bajo observación psicológica una temporada.
Ahora, con la perspectiva que dan los años, creo que tan absurdo era
decir "presente" como decir "Antonio".
Pero al común de las personas le parece más lógico gritar "presente".
¿A qué negarlo?
Siempre tuve dificultades de adaptación.