Tras la muerte de Teodosio I en el año 476, el Imperio quedó dividido en dos mitades, una gobernada desde Roma, Milán o Rávena, la otra desde Constantinopla.
Durante el reinado de Justiniano (527-565) el Imperio bizantino vive un periodo de esplendor económico, cultural y, sobre todo político, consiguiéndose el control sobre territorios del Mediterráneo occidental.
En el año 587, Recaredo abandonó (y con él toda la nobleza visigoda) el arrianismo (y con él toda la nobleza visigoda) y se convirtió al catolicismo, unificando no ya solo políticamente, sino también religiosamente, la Península Ibérica.